sábado, 10 de abril de 2010

2 Antología personal 5

Se atreve Salinas. a raíz de su edición de la poesía de San Juan de la Cruz, (véase al respecto la magnífica edición que ha sacado recientemente Cátedra en tres nutridos tomos de la completa de don Pedro) a decir que no hubo ni habrá poeta en español -y en el saco se incluye con finísima ironía y humildad- que haya cantado al amor como nuestro místico por excelencia. Es más, llega a decir que hubiera dado toda su obra a cambio no de haber escrito el maravilloso poema que hoy recojo en esta pobre antología, La noche obscura, sino sólo la quinta lira, en cuyo trazado y contenido, halla el momento de mayor intensidad amorosa de nuestra literatura. No voy a discutirle yo, a estas alturas, a don Pedro tales afirmaciones, que ya le valieron el sabroso comentario del de Iria-Flavia cuando sospechaba producto de "ciertos arrebatos americanos, algo de imprudencia y mucho insomnio", pero tampoco quitarle un ápice de su dolorido sentir, en el que desde hace ya un tiempo, también quiero incluírme. A mi esta Noche obscura del alma me parece tan hermosa, tan intensa y tan única como a Salinas, y no sé que hubiera dado no por escribirla, sino por haberla soñado.

Juan de la Cruz
La noche oscura

Canciones del alma que se goza de haber llegado al alto estado de la perfección, que es la unión con Dios, por el camino de la negación espiritual.

En una noche oscura,
con ansias en amores inflamada,
(¡oh dichosa ventura!)
salí sin ser notada,
estando ya mi casa sosegada.

A oscuras y segura,
por la secreta escala disfrazada,
(¡oh dichosa ventura!)
a oscuras y en celada,
estando ya mi casa sosegada.

En la noche dichosa,
en secreto, que nadie me veía,
ni yo miraba cosa,
sin otra luz ni guía
sino la que en el corazón ardía.

Aquésta me guïaba
más cierta que la luz del mediodía,
adonde me esperaba
quien yo bien me sabía,
en parte donde nadie parecía.

¡Oh noche que guiaste!,
¡oh noche amable más que el alborada!,
¡oh noche que juntaste
amado con amada,
amada en el amado transformada!

En mi pecho florido,
que entero para él solo se guardaba,
allí quedó dormido,
y yo le regalaba,
y el ventalle de cedros aire daba.

El aire de la almena,
cuando yo sus cabellos esparcía,
con su mano serena
en mi cuello hería,
y todos mis sentidos suspendía.

Quedéme y olvidéme,
el rostro recliné sobre el amado,
cesó todo, y dejéme,
dejando mi cuidado
entre las azucenas olvidado.

2 comentarios:

  1. No es por joder, pero en la quinta lira sobre un "me".

    Fdo: Arsupio Usdránibal, censor métrico.

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  2. Querido Arsupio:

    Corrijo inmediatamente tan tremendo error debido a haber copiado y pegado el texto directamente de internet, dándolo por bueno y sin haberlo comparado con la edición en papel.

    Muchas gracias.

    ResponderEliminar

 

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