Voy a escribir un poema que hable de un árbol, de un objeto, de un amigo.
Para eso es necesario pedirle ayuda a alguien, alguien cercano, alguien a quien decirle ¿podrías ayudarme a escribir este poema?
Convoco entonces al tronco del árbol, a la transparencia del objeto y a los cabellos blancos de mi amigo y les pregunto si pueden ayudarme a escribir este poema.
El tronco del árbol, ancho y viejo, mueve sus estrías hasta una altura inalcanzable y hace que sus hojas se agiten, provoca un pequeño viento, hace que las aves eleven su anchura, que caigan al suelo pequeños frutos.
El objeto, dentro del pequeño milagro de las cosas útiles, acerca un rayo de luz que lo atraviesa, lo transparenta y funde con un brillo su circularidad y su desnudo.
Mi amigo abre sus manos, se quita las gafas, me ofrece un cigarrillo con su pitillera de plata, me muestra un libro que habla de sátrapas y venenos.
Hay algo de prisa, de mandato, de lejanía en estas muestras de cariño, en este mensaje: mi amigo se sienta a la sombra del árbol, una sombra que se extiende hasta la ciudad, que atraviesa la ciudad, que llega justo hasta la altura de mis manos, entonces abre su cartera y me ofrece un poco de agua.
No sé la respuesta, aún no he logrado aprender el lenguaje de los árboles, de los objetos útiles, de los amigos.
Y tengo que escribir el poema.
Tengo que escribir el poema porque se está haciendo tarde, porque hay grupos de hombres en el bosque, porque cerca de la orilla del río están oyéndose disparos. Porque hay niñas que rompen con ira las muñecas de paja y les sacan los ojos con la punta de un cuchillo y abandonan los pedazos a la boca de los hormigueros.
El poema donde un amigo bajo un árbol descansa y bebe.
El poema donde un árbol da sombra y agua a un amigo.
El poema donde un cristal moja los labios de un amigo y riega un árbol.
Donde no caben árboles, ni cuencos ni canas, sino hombres y mujeres que se acercan, que se acercan turnándose en los gritos y en los disparos. Donde ya sólo cabe una niña que no quiere guardar aquellos ojos.
Un poema donde nadie podrá ser convocado.
Donde nadie podrá ayudarme.
Urceloy / marzo de 2010
Para eso es necesario pedirle ayuda a alguien, alguien cercano, alguien a quien decirle ¿podrías ayudarme a escribir este poema?
Convoco entonces al tronco del árbol, a la transparencia del objeto y a los cabellos blancos de mi amigo y les pregunto si pueden ayudarme a escribir este poema.
El tronco del árbol, ancho y viejo, mueve sus estrías hasta una altura inalcanzable y hace que sus hojas se agiten, provoca un pequeño viento, hace que las aves eleven su anchura, que caigan al suelo pequeños frutos.
El objeto, dentro del pequeño milagro de las cosas útiles, acerca un rayo de luz que lo atraviesa, lo transparenta y funde con un brillo su circularidad y su desnudo.
Mi amigo abre sus manos, se quita las gafas, me ofrece un cigarrillo con su pitillera de plata, me muestra un libro que habla de sátrapas y venenos.
Hay algo de prisa, de mandato, de lejanía en estas muestras de cariño, en este mensaje: mi amigo se sienta a la sombra del árbol, una sombra que se extiende hasta la ciudad, que atraviesa la ciudad, que llega justo hasta la altura de mis manos, entonces abre su cartera y me ofrece un poco de agua.
No sé la respuesta, aún no he logrado aprender el lenguaje de los árboles, de los objetos útiles, de los amigos.
Y tengo que escribir el poema.
Tengo que escribir el poema porque se está haciendo tarde, porque hay grupos de hombres en el bosque, porque cerca de la orilla del río están oyéndose disparos. Porque hay niñas que rompen con ira las muñecas de paja y les sacan los ojos con la punta de un cuchillo y abandonan los pedazos a la boca de los hormigueros.
El poema donde un amigo bajo un árbol descansa y bebe.
El poema donde un árbol da sombra y agua a un amigo.
El poema donde un cristal moja los labios de un amigo y riega un árbol.
Donde no caben árboles, ni cuencos ni canas, sino hombres y mujeres que se acercan, que se acercan turnándose en los gritos y en los disparos. Donde ya sólo cabe una niña que no quiere guardar aquellos ojos.
Un poema donde nadie podrá ser convocado.
Donde nadie podrá ayudarme.
Urceloy / marzo de 2010
Querido profe, este es tú poema y sólo tú sabes que dolor de entrañas lo crea, lo forma, yo sólo puedo decirte que conozco esa soledad de cosas y árboles. Tú poema maestro tan hermoso y genial como tu eres. Besotes.
ResponderEliminarJo, sí que es casi triste. Si se puede ayudar en algo...
ResponderEliminarLoboconvocado.
Bellísimo.
ResponderEliminarBellísimo y terrible.
Coño, llama.
D. T.