Desde hace mucho tiempo nadie de mi familia viene a mis recitales, y la verdad que ya ni espero que lo hagan, me parecería algo muy raro. Mi madre vino una vez, hace tanto que no recuerdo si había publicado mi primer libro. Mis hermanos creo que jamás. Que me disculpen si alguna vez lo hicieron pero quiero que sepan que es igual, que yo los sigo queriendo lo mismo: es como si fuera a aplaudirle a mi hermano Paco cada vez que cumple un objetivo en su empresa, que mi hermano César arregla un motor o que mi hermana Elena vende un valor bancario. Ellos desarrollan sus actividades productivas en otros negociados en que lo puramente artístico no interviene, y hacen bien, qué cojones.
Tampoco recuerdo que Julia, mi hija, haya venido una sola vez. ¿Le gustará que su padre sea poeta? ¿Entiende porqué me desvivo y me desangro con este sacerdocio inútil ? ¿Con esta intensidad? No lo sé. Cada día la veo menos, aunque me dicen que tiene 15 años. (El otro día, hace casi un mes, que pasé con ella un par de horas, disimulé unas lágrimas al enterarme que no sabía la fecha de mi nacimiento, mi número de móvil, la dirección exacta donde vivo... ) Creo absolutamente que su madre me la ha secuestrado muy bien, que ha ido modelándola poco a poco para que me olvide, y que a ella en el fondo le viene bien, está a gusto. Ya no me coge ni el teléfono. Comienzo a cuestionarme si hay algún método legal para la renuncia. ¿Hay alguien por ahí que me pueda ayudar?
El sábado a la noche vinieron al recital todos mis amigos, todos mis alumnos de hoy y de siempre, incluso aquellos que no vinieron y se quedaron viendo el fútbol, o se fueron al cine o a cualquier actividad necesaria. Vinieron todos porque ya los llevaba en mi corazón, aunque no lo supieran, aunque no quisieran saberlo. Y vino mi amor, que cada día escribe mejor y que es una poeta extraordinaria. Y vinieron, sencillamente porque así lo deseé, con la fuerza de la deseperación todos, y también Julia y mi madre y mis hermanos. Y nos vieron a Carlos Sálem y a mi darnos un gran abrazo, de esos que se dan los poetas cuando hacen las cosas bien. Pero sobre todo porque no dejamos en conciencia a nadie en casa, ni vivos ni muertos, ni de aquí ni de allá, ni siquiera los amigos futuros. Es decir, como siempre.
Así pues os quiero pedir disculpas si en un momento de la noche sentísteis cierto agobio por un instante, un pequeño instante, ese en que conseguí juntaros a todos en un local que, a primera vista, no parece dar tanto de sí.
Y gracias, siempre gracias.
Tampoco recuerdo que Julia, mi hija, haya venido una sola vez. ¿Le gustará que su padre sea poeta? ¿Entiende porqué me desvivo y me desangro con este sacerdocio inútil ? ¿Con esta intensidad? No lo sé. Cada día la veo menos, aunque me dicen que tiene 15 años. (El otro día, hace casi un mes, que pasé con ella un par de horas, disimulé unas lágrimas al enterarme que no sabía la fecha de mi nacimiento, mi número de móvil, la dirección exacta donde vivo... ) Creo absolutamente que su madre me la ha secuestrado muy bien, que ha ido modelándola poco a poco para que me olvide, y que a ella en el fondo le viene bien, está a gusto. Ya no me coge ni el teléfono. Comienzo a cuestionarme si hay algún método legal para la renuncia. ¿Hay alguien por ahí que me pueda ayudar?
El sábado a la noche vinieron al recital todos mis amigos, todos mis alumnos de hoy y de siempre, incluso aquellos que no vinieron y se quedaron viendo el fútbol, o se fueron al cine o a cualquier actividad necesaria. Vinieron todos porque ya los llevaba en mi corazón, aunque no lo supieran, aunque no quisieran saberlo. Y vino mi amor, que cada día escribe mejor y que es una poeta extraordinaria. Y vinieron, sencillamente porque así lo deseé, con la fuerza de la deseperación todos, y también Julia y mi madre y mis hermanos. Y nos vieron a Carlos Sálem y a mi darnos un gran abrazo, de esos que se dan los poetas cuando hacen las cosas bien. Pero sobre todo porque no dejamos en conciencia a nadie en casa, ni vivos ni muertos, ni de aquí ni de allá, ni siquiera los amigos futuros. Es decir, como siempre.
Así pues os quiero pedir disculpas si en un momento de la noche sentísteis cierto agobio por un instante, un pequeño instante, ese en que conseguí juntaros a todos en un local que, a primera vista, no parece dar tanto de sí.
Y gracias, siempre gracias.