Bueno. A la tercera tenía que ser la vencida y así ha sido. Al fin han conseguido robarme el bolso. El negro. Ese que llevo siempre en bandolera. ¡Jé!
La primera fue hace años. Lo menos 15. En el andén del metro Ríos Rosas. Sobre las 11 y media de la noche, cuando trabajaba de segurata en el Canal de Isabel la II. Fue un tirón en toda regla. Me dio tiempo a gritar cuatro palabras: ¡Libros!¡Sólo hay libros!. El ratero paró en seco. Abrió el bolso. Metió la mano y era verdad. Papeles, libros, algún bolígrafo barato: poco más. Lleno de ira me insultó y tiró mi bolsa a las vías.
La segunda hace cinco años. También en el metro. En un vagón. Te roban dos personas: una te pisa un pie, para llamar tu atención hacia un lado. En el otro lado, que es donde llevas colgada la bolsa, un compinche te desvalija. Pero mi ladrón solo encontraba libros, cuadernos, papeles, bolígrafos baratos: poco más. E insistía. Eso le perdió. Acabé mirando. Le sonreí. Dije: Solo libros. Me miró con asco e incredulidad bien repartidas. Parecía del este. Llegamos a la estación. Desaparecieron.
La tercera ha sido hoy. Esta noche. Mientras tomaba una caña en el Bar Chileno, bajo la academia, en la calle Ruiz. Dejé la bolsa en el respaldo de la silla donde estaba sentado, junto a una de las puertas. Alguien entró, cogió el bolso y se fue. Así de sencillo.
El inventario de lo sustraído es:
- Una pequeña edición de poemas de Hipólito García “Bolo”, dedicada por el autor.
- Un libro de la colección Adonais con poemas de Juana Castro, también dedicado por ella.
- Un libro con la poesía completa de Juan Eduardo Cirlot, en la edición de coleccionista que la Editora Nacional hizo en 1975. Lo más caro.
- Varios poemas corregidos de mis alumnos.
- Los apuntes para mi taller de música.
- El cuaderno de notas en el que llevo el diario de las clases que imparto.
- Una pluma regalo de cumpleaños de mi amigo José Antonio, O Lobo.
- Unas piedras que me trajo Roberta de Nápoles.
- Un pequeño callejero de Madrid.
- Un peine, un cortaúñas, medicinas, bolígrafos baratos, cachivaches, todas esas pequeñas cosas que nos hacen llorar cuando nadie nos ve… que decía don Joan.
Deborah, María, María José y yo dimos un par de vueltas, registramos papeleras, basureros, pilas de escombros, miramos entre los coches. No hemos tenido suerte.
Me cabe el discreto deseo de que a mi ladrón le guste, al menos, leer.