jueves, 24 de diciembre de 2009

1 Algunos poemas casi tristes 8

Todos los años escribo un poema navideño. Este que adjunto es el que toca. Va dedicado a todos ustedes, que son gente maravillosa, con mis mejores deseos para el 2010. Besos y abrazos, amigos.

Antivillancico al antiquo modo

Con este villancico y es la pura verdad
non digo que me guste la idiota Navidad
que año tras año llega con gran puntualidad
y siempre en el invierno, lo que es tenacidad.

Antaño, no lo niego, nos íbamos en tromba
la panda de amigotes a saltos y a la comba,
le dábamos al parche, pandereta o zambomba
y aunque no hubiera un duro lo pasábamos bomba.

Pero agora quien menos contrajo matrimonio
se ha cargado de efebos para dar testimonio
se ha puesto como Herodes forjando un patrimonio
y si no face el sueco se ha fecho macedonio.

Se convocan festejos que revientan las fajas
se compran loterías, trúcanse las barajas,
y en las televisiones entre anuncios de alhajas
nos van dando las uvas de las mismas rebajas.

Mi novia y yo, que somos lo justito de ateos,
nin muy gordos ni flacos, nin muy guapos ni feos,
desde hace cinco años cogemos los apeos
y nos vamos de guanches sin más pandereteos.

Y allá, con los calores, donde no hay ni un Rey Mago,
con los bermudas puestos, y a la sombra de un drago
dedicamos las horas al solaz y al embriago
hasta que llega Enero, faciendo mucho el vago.

La Navidad se pasa de un modo diferente
tomen los que pudieren exiemplo, que’es prudente,
para no avestruzarse más de lo conveniente
ni como el oso en cueva pasar todo el relente.


Urceloy / diciembre de 2009

sábado, 19 de diciembre de 2009

0 Pornomanía del yo 8

Agradezco con puntualidad poco espartana el caluroso interés que mis pequeños males pechiles han suscitado entre mis lectores, siempre ociosos y siempre amados. Ya saben, parece que ese porcentaje minúsculo, pero porcentaje, que tenemos aún de femenino los señores, se nos ubica en el pecho serrano, y bien por accidente, necesidad o puro gusto, a algunos se nos escapa la gracia, nos empieza a crecer y a poco que nos esforcemos nos sale mama. Y aún más, que mi médico dixit que algunos damos han llegado a tal extremo que han llegado a verter maternal leche que bien sanara a rorro o neonato sus hambres, y aún sus miedos. Parece ser que el mío pecho no tiende por esas latitudes y se ha procurado una discreta salida por el foro de donde entró, así tarde lo que quiera tardar en desaparecer, aunque de vez en cuando le dé por doler y dolerme. Agradezco por lo tanto a todas vuecencias las sabrosas risas y ricas menudencias de las que seré y debo ser cotilleo, y a ver si paro de una pulñeta de tan florido lenguaje, y que la gracia no parezca lindeza, que yo me entiendo.

Y de agradecer, lo que de verdad agradezco es a todos los santos buenos, a todos los dioses buenos y a todos los buenos oficiantes que mi amigo Claudio – el de la voz serena- haya salido del quirófano no sólo mejor de lo que entró, sino según cuentan, marcándose un agarrao torero con la enfermera de turno al grito de Ole, ole y ole. Y si no , aquí dejo reflejo de un pequeño extracto del romance que al caso hizo cierto vate que, hospitalario, andaba repartiendo en octavillas.

Acabada la faena
se abrió el portalón y diestro
por el pasillo salía
no a hombros, que es lo correcto

en otros cosos, andando
el mío Claudio, luciendo
el camisón por muleta
y por montera a Sulleiro,

que entre uno y otro salto
de alegría y vituperio
allí se quedó prendido
como una estampa, discreto.

Los hombres se le tiraban
desnudos de medio cuerpo,
y las mujeres, encima,
desnudas del otro medio,

y mi buen Claudio decía
con esa voz que le aprecio,
con ese tono producto
de muchas noches atento

a las verdades del Rueda
y de otros caldos misterios,
“Vámonos pa casa Carmen,
vámonos, que no me tengo”.

sábado, 12 de diciembre de 2009

4 Pornomanía del yo 7

Como llevo un tiempo largo sin escribir se me confunden las fechas, y como -al contrario de David Torres, que es mi amigo- no sé de héroes ni tengo mitos, ando más pendiente de naderías y otras prolongaciones que de hechos y facturas, y cuando la pequeña infelicidad de los días me tantea, siento la necesidad de -como O Lobo- hungarizarme en el silencio y el leve dolor.

No respondo emails, no escribo. Me levanto tarde, no escribo. No salgo a pasear, no escribo. Y, lo peor, me acuesto tarde y no escribo.

Ha pasado el tiempo y se me han muerto Paul Naschi y Eric Woolfson. Al primero le conocí en un programa de radio donde nos aterrorizó a todos los presentes y a los oyentes al narrarnos con absoluta normalidad cómo se tenía que hacer para empalar a la turca a un señor o a una señora, que también en esto hay sutiles diferencias, y aún peor, nos dio bibliografía ad hoc. Después le visité unas cuantas veces a su casa, en el barrio de Arguelles, y allí, sentado en un rincón entre miles y miles de recortes periodísticos pude examinar a placer la espada de samurai que le regaló Akira Kurosawa en Nueva York, mientras él me narraba, con su voz pequeña y llena de lamentos su tristeza de autor premiado fuera y olvidado dentro. ¡Cuántas veces hubiera renunciado a recibir un abrazo en Alemania -me decía- por un saludo en España! Su casa era oscura y su piel era blanca. Me prometió un papel de malo malísimo para su próxima película, decía que daba el tipo, y yo salí de su casa y de su vida con esa alegría bien fundada en las cosas que nunca serían pero que acaso podrían ser.

A Eric Woolfson lo más cerca que le tuve fue en un email. Sin embargo le tengo tan reciente que no me atrevo a escribir más, no vaya a ser que el exceso de proximidad me lleve a decir bobadas y a hacer del afecto una mitología. Ya veré.

Por lo demás el bultito que me ha salido en el pecho derecho parece que me da una tregua de tres meses y que va desapareciendo. Como no me gusta eso de ir contando mis penas nada más que a los muy próximos igual va y hay alguien que aún no se ha enterado. Parece que todo va bien, que va disminuyendo, que cada día duele menos. Igual se trataba de una pena de esas que nos salen a los poetas cuando no nos caben en el alma y que se nos ponen por ahí, en uno de esos lugares extraños entre el desconsuelo y el corazón.

Ahora prometo seguir escribiendo más a menudo frases tontas, poemas casi tristes, cuentos sin interés y obscenidades de salón. Poca cosa siempre ese pequeño amor, dolor.
 

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