Desde que dejé de usar bigote, un bigote falaz y aventurero, de mucha prosapia y relumbrón, que me hacía oriundo de algún paisaje de Ribera o descendiente de conductor de guagua, el globo se ha dedicado a dar tantas vueltas que los hipocampos visten de azul gongorino y las madreselvas huelen a pez escamado y filosofía naturista. Yo me he ido levantando cada amanecer con ganas de madurar un poco, liar cigarrillos y beber cerveza, con acciones de obra pero no de pensamiento, pues quien piensa en ayunas lo ve todo sobrenatural y adjetivo y quien rompe con su bostezo pasadas las doce del mediodía ha de palparse antes la cara no vaya a ser que se sea otro, por ejemplo Sir Thomas Addison, arzobispo de Canterbury allá por el año 1365, y tenga que proclamar como buena alguna medida contra la verdadera fe, como arrodillar sólo una pierna ante la presencia de cualquier novicia de Southampton. Después, según el día se acicala y se impelen los deberes de todo nacido de mujer, como sortear los vados en las carreras ecuestres o comprar aditivos para la conservación del equinoccio, a uno le van convergiendo ideas de dudosa materialidad -hacerse político extremeño, ingresar en la tuna compostelana- mientras el estómago va eligiendo si morir de inanición o tomarse un caldito frío, vulgo gazpacho. Sabiendo que el condumio vendrá guarnecido por una lubina próspera y de orden intelectual, nada me consuela tanto como el paseo a sol abierto ante la siesta protectora: cantan los árboles su perfectum omnia y las hojas del geranio, bobaliconas de por sí, pero atentas, proclaman con su bobez las brisas estivales. Llega la tarde tardía, son las ocho, y entre que la alpargata encuentra al pie y el zumo de limón la glotis, bien pueden dejarse pasar dos horas de mastuerzo al dril o al lobo, amigo lobo, gallego sin provincia, feliz estepario. Lo redundante no calma lo mayúsculo. Pierden las tundras, ganaremos el don del almanaque: seremos luces antes del paseo. La nocturnidad será tu casa.
Desde que dejé de usar bigote las hijas de los poetas no quieren viajar con sus padres de vacaciones, con sus padres masculinos, se entiende, o no se entiende, y los poetas, haciendo corro, se pasan la cachiporra entre sus manos, esperando que alguno tenga la suerte de agachar la cabeza, aunque sea para no llorar.
Uff MAYUSCULO. Como le sigas poniendo tanto músculo a la letra, nos vas a convencer. Para político extremeño, te hago la Campaña.
ResponderEliminarAbrazosos lobos